Golpea la pared. Golpea la pared. Golpea la pared. Golpea la pared una vez más. La última vez. Golpea la pared. Golpea la pared. Golpea la puta pared.
Basta.
Miro al frente y lo veo todo borroso. Una extraña mancha roja que parece un test de Roschach me contesta sarcásticamente. Me acerco porque no me entero muy bien de lo que me dice. ¿Qué dices? Que soy un enfermo.... muy original gracias. Golpeo la mancha con la mano. Mierda. Ahora la cabrona se ha mudado a mis nudillos. No me parece. ¿Dónde estaba el baño en esta casa? Dios! Qué puto frío hace, ¿no? Estar descalzo no ayuda, genio. Da lo mismo. ¡Ay! ¡Puto suelo de madera! ¡Putas astillas! La mesa del salón me dice algo... ¿Qué dices tu ahora? Ah sí, gracias, ya sé que debería llevar puestas las babuchas. ¿Qué le pasa a esta casa? ¡Cuánta hostilidad! Por fin la puerta del baño... menos mal. Joder menudas pintas tengo.... ¿Qué es esto? ah.... jajajajajaaj sangre. El espejo me dice que me he pasado un rato dándome en la cabeza con la pared. Sí... de eso me acuerdo. Coño si esta fría el agua. Y la toalla.... las toallas aquí siempre están húmedas joder. ¡Ay! sh.... shhhh! no ... a ver.... trae.... vale. Ahora mejor. Tengo muy mala cara, ¿no? ¿Qué es eso? tengo el ojo algo hinchado... pero bueno, al menos no me sangra. Si... debería hacerle caso a la mesa y ponerme zapatos. Ah, no espérate, esta no es mi casa. Voy a salir ya de aquí, me aburro. Echo una última ojeada al salón y me doy cuenta de que la tía del suelo tiene el codo en un ángulo extraño. A ver qué le pasa ahora a ésta. Tu.... el codo.... ¡Oye! ¡Que tienes el codo que se te sale el hueso!.... Tengo que hacerlo todo yo. Ven.... a ver.... sí, así mucho mejor, ¿ves? El sofá me contesta, pero yo no hablo francés. Miro a la tía del suelo pero algo sigue fallando..... Espérate que te saque el cuchillo del costado... si, mucho mejor. Ahí te quedas. ¡Adios! Creo que oigo al sofá decir "ourvuá" cuando cierro la puerta.
Los putos muebles siempre tienen que opinar de todo.
lunes, 19 de diciembre de 2011
lunes, 5 de diciembre de 2011
CANCIÓN DE CUNA
Abrió los ojos y algo le molestaba en el fondo del oído. Tenía la sensación de haber soñado algo desagradable que no conseguía recordar. Cerró los ojos y trató de visualizarlo, de recordar algún detalle. Nada. Sólo esa molestia en la parte de atrás de la cabeza.
Con los ojos cerrados pudo concentrarse mejor en lo que escuchaba. Cuanto más tiempo pasaba de este modo, más nítido se hacía el sonido. Una risa infantil al principio quizás. Empezaba a oírse más fuerte. Era una risa, pero no tenía nada de infantil... Más fuerte, una risa chirriante. Una risa ensordecedora llena de odio. Una carcajada tan terrible que sabía a azufre y olía a óxido. Quería dejar de escuchar, pero era imposible. ¿Cómo se deja de escuchar?
La risa seguía allí, ocupándolo todo. No podía respirar. Todo su cuerpo retumbaba a su compás. No cabía nada más que aquel sonido incesante.
Dejó de escuchar de la única manera que supo. La ventana no estaba demasiado lejos. Y al parecer el suelo tampoco.
Con los ojos cerrados pudo concentrarse mejor en lo que escuchaba. Cuanto más tiempo pasaba de este modo, más nítido se hacía el sonido. Una risa infantil al principio quizás. Empezaba a oírse más fuerte. Era una risa, pero no tenía nada de infantil... Más fuerte, una risa chirriante. Una risa ensordecedora llena de odio. Una carcajada tan terrible que sabía a azufre y olía a óxido. Quería dejar de escuchar, pero era imposible. ¿Cómo se deja de escuchar?
La risa seguía allí, ocupándolo todo. No podía respirar. Todo su cuerpo retumbaba a su compás. No cabía nada más que aquel sonido incesante.
Dejó de escuchar de la única manera que supo. La ventana no estaba demasiado lejos. Y al parecer el suelo tampoco.
TODOS LOS DOMINGOS SIN EXCEPCIÓN
La cuchara hacía suaves movimientos circulares hundida en el agua sucia de la taza. El té siempre me ha parecido agua de pantano, o de pozo....agua sucia, vamos.
Por mucho terroncito de azúcar o leche desnatada que le echases en lo alto, eso no tiene buena pinta.
Cuando dejó la cucharilla en la mesa y se llevo la porcelana a la boca me di cuenta de que la Señora Pearl tenía un leve bigotillo bajo la nariz. Y no me explicaba para qué se pintaba los labios si luego se iba a quedar todo en la taza. Al beber, abría las aletas de la nariz como si realmente supiera que estaba tragando agua de alcantarilla edulcorada. Subía el meñique como en las pelis antiguas, con una fina uña rosa asco. Ese es el color; rosa asco. No hay otra forma de describirlo.
-¿Que te ocurre querida?
Me dice la tia. ¡¿Querida?! ¿En serio?
-Nada... tiene un juego de tazas muy bonito.
Me doy asco a mi misma. Aunque no tanto asco como me da la Señora Pearl.
Por mucho terroncito de azúcar o leche desnatada que le echases en lo alto, eso no tiene buena pinta.
Cuando dejó la cucharilla en la mesa y se llevo la porcelana a la boca me di cuenta de que la Señora Pearl tenía un leve bigotillo bajo la nariz. Y no me explicaba para qué se pintaba los labios si luego se iba a quedar todo en la taza. Al beber, abría las aletas de la nariz como si realmente supiera que estaba tragando agua de alcantarilla edulcorada. Subía el meñique como en las pelis antiguas, con una fina uña rosa asco. Ese es el color; rosa asco. No hay otra forma de describirlo.
-¿Que te ocurre querida?
Me dice la tia. ¡¿Querida?! ¿En serio?
-Nada... tiene un juego de tazas muy bonito.
Me doy asco a mi misma. Aunque no tanto asco como me da la Señora Pearl.
sábado, 3 de diciembre de 2011
CARACOLES DISECADOS
Bajaba las interminables escaleras de caracol con la certeza de que a cada paso que daba desaparecería un peldaño más. Si paraba, las escaleras desaparecerían bajo sus pies y caería al abismo. De modo que seguiría bajando y bajando sin llegar a ningún sitio. Bajando y mareándose y parpadeando cada vez más fuerte, respirando cada vez más fuerte.
Por una de estas casualidades de la vida que nadie llega a entender, un parpadeo coincidió con una pisada y el pie le traicionó colocándose tres centímetros por delante de lo deseado. Perdió el equilibrio y el peldaño se regocijó al ver que había llegado su esperado final.
Las escaleras llevaban años deseando que aquello pasase, que cometiese un fallo, uno sólo, para poder liberarse. Llevaban años a merced de ella, bajando sin parar los mismo peldaños una y otra vez. Estaban ya gastado y agotados. Y pisoteados, sobretodo pisoteados. "Ojala se caiga ya" se decían entre susurros, "a ver si se parte la crisma de una vez" con el paso de los meses, "¿Es que no va a parar nunca?" "¿Pero de qué esta huyendo?".
Y por fin, ahora que ella estaba cayendo, tratando de colocar las manos por delante para parar un golpe que no ocurriría... ahora que por fin las escaleras habían logrado lo que querían.
Ninguno pudo mirar.
Ni un solo peldaño se atrevió a abrir los ojos. Solamente el retorcido pasamanos se regodeaba con aquel traspiés. El pasamanos que había estado observando todo aquello desde una distancia inventada. Era el que menos había sufrido la erosión de la obsesiva muchacha, y sin embargo era el que más odio había acumulado. El pasamanos le había clavado astillas en las manos casi diariamente. Disfrutaba con la sensación de hacerle daño. Se le iluminaba la cara al ver la expresión de dolor cada vez que sus manos sufrían otro pinchazo. El pasamanos disfrutaba mucho de todo aquello. Y ahora que se estaba cayendo al abismo no cabía en sí de gozo.
Pero la felicidad del pasamanos pronto se vería frustrada.
Durante la caída, una de las astilladas manos de la joven consiguió agarrarse a algo. Algo fino y metálico. No podemos olvidar lo que mantiene unidos a peldaños y pasamanos. Esas finas barras que todos pasamos por alto a excepción del día en que metemos una rodilla entre sus líneas discontinuas.
Ella se salvó. Y siguió bajando escaleras. Y los peldaños la amaron de nuevo a su manera. Y el pasamanos siguió disfrutando de su sigilosa crueldad. Y las barras metálicas... ellas siguieron allí.... sin tocar a la chica ni tocarse entre ellas. Sintiendo odio en la cabeza y amor en los pies. Confusas y perdidas. Las únicas que realmente entendían a la chica que bajaba escaleras.
Por una de estas casualidades de la vida que nadie llega a entender, un parpadeo coincidió con una pisada y el pie le traicionó colocándose tres centímetros por delante de lo deseado. Perdió el equilibrio y el peldaño se regocijó al ver que había llegado su esperado final.
Las escaleras llevaban años deseando que aquello pasase, que cometiese un fallo, uno sólo, para poder liberarse. Llevaban años a merced de ella, bajando sin parar los mismo peldaños una y otra vez. Estaban ya gastado y agotados. Y pisoteados, sobretodo pisoteados. "Ojala se caiga ya" se decían entre susurros, "a ver si se parte la crisma de una vez" con el paso de los meses, "¿Es que no va a parar nunca?" "¿Pero de qué esta huyendo?".
Y por fin, ahora que ella estaba cayendo, tratando de colocar las manos por delante para parar un golpe que no ocurriría... ahora que por fin las escaleras habían logrado lo que querían.
Ninguno pudo mirar.
Ni un solo peldaño se atrevió a abrir los ojos. Solamente el retorcido pasamanos se regodeaba con aquel traspiés. El pasamanos que había estado observando todo aquello desde una distancia inventada. Era el que menos había sufrido la erosión de la obsesiva muchacha, y sin embargo era el que más odio había acumulado. El pasamanos le había clavado astillas en las manos casi diariamente. Disfrutaba con la sensación de hacerle daño. Se le iluminaba la cara al ver la expresión de dolor cada vez que sus manos sufrían otro pinchazo. El pasamanos disfrutaba mucho de todo aquello. Y ahora que se estaba cayendo al abismo no cabía en sí de gozo.
Pero la felicidad del pasamanos pronto se vería frustrada.
Durante la caída, una de las astilladas manos de la joven consiguió agarrarse a algo. Algo fino y metálico. No podemos olvidar lo que mantiene unidos a peldaños y pasamanos. Esas finas barras que todos pasamos por alto a excepción del día en que metemos una rodilla entre sus líneas discontinuas.
Ella se salvó. Y siguió bajando escaleras. Y los peldaños la amaron de nuevo a su manera. Y el pasamanos siguió disfrutando de su sigilosa crueldad. Y las barras metálicas... ellas siguieron allí.... sin tocar a la chica ni tocarse entre ellas. Sintiendo odio en la cabeza y amor en los pies. Confusas y perdidas. Las únicas que realmente entendían a la chica que bajaba escaleras.
lunes, 4 de abril de 2011
Hora punta
Incómodamente sentada en el tren, con las piernas en un ángulo extraño contra la maleta del costado. Un codo clavado en el muslo y el otro sosteniendo la cabeza, que por supuesto estaba doblada de la mejor forma posible para conseguir más tarde una feliz contractura. La pequeña cavidad del vagón olía a una desequilibrada mezcla de perfume de señora y sudor destilado, ah, y a gallina ¿cómo no?. Cuando sabía que estaba a punto de conseguir un mínimo de descanso, un insoportable picor se aferró a su mejilla.
Perfecto, ahora tardaría 15 segundos en rascarse: primero tendría que subir el brazo por debajo de la manta sin molestar al señor de al lado, que seguramente tuvo una feliz infancia comiendo a escondidas los chocolates que robaba cuando pensaba que nadie le veía. Tras evadir la masiva rodilla de su sonoro acompañante, tendría que apartar su propia melena enmarañada de la cara y rascarse. Para entonces, el punto de apoyo que tenía sobre el muslo acabaría cediendo, lo cual daría lugar a que su pierna diese de lleno contra la mortífera espinilla de la señora momia que tenía justo en frente, con aquel moño alto tan ridículamente espantoso.
Perfecto, Para evitar todo esto se resignó y trató de dormir, o de imaginar que estaba en otro lugar, que era lo más cercano a dormir que podía conseguir sin entrar realmente en fase rem.
Inútil, era físicamente imposible ignorar el picor. ¿y si tenía un bicho? Perfecto, un bicho ¿y qué mas?. Tuvo que rascarse. Efectivamente rozó al gordo y sin duda dio un puntapié a la vieja, pero la peor parte se la llevó el enorme arácnido que simplemente paseaba por la tierna mejilla de una extranjera. Seis patas rotas, desgarros en el abdomen, ceguera completa y vitalicia para empezar.
¡Oh, muchas gracias por saludarme tan efusivamente maldita zorra sin corazón!
Perfecto, ahora tardaría 15 segundos en rascarse: primero tendría que subir el brazo por debajo de la manta sin molestar al señor de al lado, que seguramente tuvo una feliz infancia comiendo a escondidas los chocolates que robaba cuando pensaba que nadie le veía. Tras evadir la masiva rodilla de su sonoro acompañante, tendría que apartar su propia melena enmarañada de la cara y rascarse. Para entonces, el punto de apoyo que tenía sobre el muslo acabaría cediendo, lo cual daría lugar a que su pierna diese de lleno contra la mortífera espinilla de la señora momia que tenía justo en frente, con aquel moño alto tan ridículamente espantoso.
Perfecto, Para evitar todo esto se resignó y trató de dormir, o de imaginar que estaba en otro lugar, que era lo más cercano a dormir que podía conseguir sin entrar realmente en fase rem.
Inútil, era físicamente imposible ignorar el picor. ¿y si tenía un bicho? Perfecto, un bicho ¿y qué mas?. Tuvo que rascarse. Efectivamente rozó al gordo y sin duda dio un puntapié a la vieja, pero la peor parte se la llevó el enorme arácnido que simplemente paseaba por la tierna mejilla de una extranjera. Seis patas rotas, desgarros en el abdomen, ceguera completa y vitalicia para empezar.
¡Oh, muchas gracias por saludarme tan efusivamente maldita zorra sin corazón!
jueves, 24 de marzo de 2011
Transformación
Letras, espacios, palabras y nada más. Frases, párrafos y páginas. Todas llenas de manchas negras que, en algún lugar, en alguna época, tenían un sentido. Pasaba los dedos por encima sin entender. Dibujos extraños inventados por locos cuando el sol aún no tenía un nombre falsificado.
Los ojos, los ojos no cambiaban.
Y la nariz, la nariz también era la misma. Casi la misma.
Pero la boca. La boca se había transformado de la manera más extraña posible. Adivinaba que era una boca porque estaba bajo esa nariz perfecta y sobre una barbilla. O lo que parecía ser una barbilla. Lo que quedaba de ella al menos.
La criatura pasaba las manos sobre las hojas de papel con una eterna pregunta tras los párpados. Pero esa boca. ¿Qué le había pasado? Se sorprendió preguntándose cómo sería tocarla. La textura... húmeda seguramente. Desagradable. ¿Peligrosa? Era posible.
Sus ojos chocaron en el aire y se asustó. Frente a frente aquella boca era aún más desconcertante.
Nada que una buena bolsa de papel no pudiera arreglar a tiempo.
Los ojos, los ojos no cambiaban.
Y la nariz, la nariz también era la misma. Casi la misma.
Pero la boca. La boca se había transformado de la manera más extraña posible. Adivinaba que era una boca porque estaba bajo esa nariz perfecta y sobre una barbilla. O lo que parecía ser una barbilla. Lo que quedaba de ella al menos.
La criatura pasaba las manos sobre las hojas de papel con una eterna pregunta tras los párpados. Pero esa boca. ¿Qué le había pasado? Se sorprendió preguntándose cómo sería tocarla. La textura... húmeda seguramente. Desagradable. ¿Peligrosa? Era posible.
Sus ojos chocaron en el aire y se asustó. Frente a frente aquella boca era aún más desconcertante.
Nada que una buena bolsa de papel no pudiera arreglar a tiempo.
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