Uñas. Las miraba y las examinaba, analizando cada milímetro a la perfección, buscando cualquier tipo de tara....un pellejo fuera de lugar. Fue entonces cuado llegó al meñique. Ese dedo en particular era especialmente polémico. De pequeña se lo rompió cuando torturó al perrito Bobby durante un partido de fútbol de su hermano. Tal acto de crueldad le pasó factura. Ahora la uña de su meñique izquierdo estaría ligeramente orientada a la derecha para el resto de sus días. Enervándola y poniéndole los nervios a flor de piel cada vez que reparaba en ello... que era preocupantemente a menudo.
Pasaron diez minutos y allí seguía. En la silla encorvada en un ángulo enfermizo mirándose esa pequeña uña sin parpadear casi, para no perderse ni un detalle.
La empezó a rascar, aquí y allá, para tratar de igualarla. Empezó a tirar de un padrastro y no lo hizo bien por los nervios y la frustración. Aquel día se puso guantes para ir al trabajo porque no quería que nadie se diese cuenta de que tenía un poco de costra sanguinolenta escondida bajo el terciopelo, riéndose de ella y atormentándola en silencio. Al llegar a casa se quitó el guante furiosamente y observó el meñique durante media hora. Sin atreverse a tocarlo esta vez. Hasta cogió su lupa buena para poder verlo más de cerca. Durante un fugaz segundo se arrepintió de no haber comprado aquel estúpido microscopio infantil para poder estudiar mejor aquella imperfección.
Se lavó las manos y se fue a la cama con intención de dormirse y olvidarse de algo que carecía por completo de sentido. Al fin y al cabo era sólo una mísera uña que se curaría en un par de días, nadie se iba a dar cuenta.
A las 6 de la mañana, con los ojos secos de no usarlos, cogió el cuchillo del pan y se quitó el problema de encima. Tiró lo que quedaba del dedo por la ventana del patio interior.
A las 8 de la mañana el perro de la portera olió algo fresco. Encontró el dedo meñique de la joven del 4ºG y lo tragó con sumo gusto, sin masticar apenas.
A las 3 de la tarde del día siguiente depositó lo que quedaba de la uña en el césped de la entrada del edificio.
A las 5 de la tarde la joven del 4ºG volviendo del hospital y de un rato muy pero que muy desagradable con un psiquiatra muy mal educado, lamentablemente pisó los restos que el perro de la portera había dejado allí para ella.
Indudablemente reconoció su propia uña.
La joven del 4ºG cayó al suelo, cerró los ojos y no volvió a producir sonido alguno. No volvió a cortarse las uñas, no volvió a caminar. No volvió a utilizar cubiertos que no fueran de plástico. No volvió a cruzar el umbral del 4ºG. No volvió a ser capaz de controlar ninguno de sus esfínteres y no volvió a lavarse los dientes con la derecha. Cayó al suelo. Cuando abrió los ojos estaba en el hospital. Esta vez no la dejaron salir.
miércoles, 11 de enero de 2012
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Extrañamente perturbador pero muy interesante. Lo escribes tu o lo sacas de libros?? Mola :D
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