lunes, 4 de abril de 2011

Hora punta

Incómodamente sentada en el tren, con las piernas en un ángulo extraño contra la maleta del costado. Un codo clavado en el muslo y el otro sosteniendo la cabeza, que por supuesto estaba doblada de la mejor forma posible para conseguir más tarde una feliz contractura. La pequeña cavidad del vagón olía a una desequilibrada mezcla de perfume de señora y sudor destilado, ah, y a gallina ¿cómo no?. Cuando sabía que estaba a punto de conseguir un mínimo de descanso, un insoportable picor se aferró a su mejilla.
Perfecto, ahora tardaría 15 segundos en rascarse: primero tendría que subir el brazo por debajo de la manta sin molestar al señor de al lado, que seguramente tuvo una feliz infancia comiendo a escondidas los chocolates que robaba cuando pensaba que nadie le veía. Tras evadir la masiva rodilla de su sonoro acompañante, tendría que apartar su propia melena enmarañada de la cara y rascarse. Para entonces, el punto de apoyo que tenía sobre el muslo acabaría cediendo, lo cual daría lugar a que su pierna diese de lleno contra la mortífera espinilla de la señora momia que tenía justo en frente, con aquel moño alto tan ridículamente espantoso.
Perfecto, Para evitar todo esto se resignó y trató de dormir, o de imaginar que estaba en otro lugar, que era lo más cercano a dormir que podía conseguir sin entrar realmente en fase rem.
Inútil, era físicamente imposible ignorar el picor. ¿y si tenía un bicho? Perfecto, un bicho ¿y qué mas?. Tuvo que rascarse. Efectivamente rozó al gordo y sin duda dio un puntapié a la vieja, pero la peor parte se la llevó el enorme arácnido que simplemente paseaba por la tierna mejilla de una extranjera. Seis patas rotas, desgarros en el abdomen, ceguera completa y vitalicia para empezar.
¡Oh, muchas gracias por saludarme tan efusivamente maldita zorra sin corazón!

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